Bio written by the author:
"Nací hace mucho tiempo, según me va pareciendo: en 1953, en Madrid. Pero me crié en una deliciosa ciudad de provincias, Mérida, donde, creciendo entre las antiguas piedras de Emérita Augusta, los chavales jugábamos a ser romanos. Éramos la típica familia burguesa. Mi padre, que procedía de tres generaciones de Institución Libre de Enseñanza, era médico. Mi madre, que venía de una familia proletaria (el abuelo fue picador, y emigrante, allá en las minas de la cuenca de Toulouse, hasta principios de los 30, que volvió a Zaragoza), era farmacéutica. A pesar de esos antecedentes, se trataba de una familia sólidamente cristiana y más bien franquista, como casi todo el mundo por entonces, al menos en mi pueblo. Comedores y buenos bebedores, sin pasarse. Lujos pocos —no los había— pero necesidades económicas, tampoco. Cuatro hermanos, dos y dos; y con mi hermano, el que viene detrás y de cerca, todavía me sigo peleando cuando llegamos a las copas. En fin, de familia, ¡bien!
Estudié en el Instituto Nacional de mi pueblo, con notas buenas sin llegar a brillantes. Y terminé el bachillerato en el Colegio Menor San Servando de Toledo, en el que me parece que fue el último PREU. Y el año 1970, en octubre, mientras se desmoronaba el régimen —era el año del Juicio de Burgos—, empecé a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Complutense. Ah, por entonces ya era yo del Opus, numerario. Y lo seguí siendo hasta 1990. ¡Qué contar! Buena formación, buenos recuerdos mezclados con algunos dramas, y mejores amigos que conservo de aquella etapa. En general, ¡bien también!
Los estudios no eran para matarse. Tuve buenos profesores: Pinillos, Saumells, Rábade, Eulogio Palacios, Millán-Puelles, Alvira (mi maestro). En fin, de lo mejor que hasta entonces (y no especialmente mejorado por lo presente) había dado de sí la filosofía española. En los Comunes saqué muy buenas notas, decayendo un poco en la Especialidad, porque compatibilizaba como subdirector del Colegio Mayor Moncloa (¡enorme!). Así que al final no tuve opción a la soñada beca del Plan FPI. Lo que terminó siendo una suerte, porque, con la ayuda de mi padre y de mi abuelo, me fui a Viena en 1977, donde permanecí cuatro años. Alpinismo, esquí, cerveza, buen vino y muy buenos amigos. También algo de filosofía, aunque nunca fui un streber. Muy gratos recuerdos del Studentenhaus Birkbrunn, y de mis maestros en Viena: Pöltner, Vetter, Hamann. Desde lejos, terminé la Tesis Doctoral en Madrid (Acto y Substancia. Estudio a través de Sto. Tomás de Aquino), dirigida por D. Antonio Millán-Puelles, aunque más por Rafael Alvira. Entonces sí me dieron la Beca Postdoctoral de Plan FPI, y con ella alcancé la definitiva independencia económica y pude terminar la Tesis (Die Auflösung Des Seins. Die Entwicklung einer phänomenologischen Ontologie im Denken Martin Heideggers) y los exámenes de doctorado en Viena con los Profres. Johann Mader y Helmuth Vetter.
En 1982 me dieron, en su primera convocatoria, la Beca para la Reinserción de Personal Investigador en el Extranjero (equivalente a la que luego se llamó «Ramón y Cajal») y conocí a Jacinto Choza, que acababa de sacar la cátedra en Sevilla y me invitó a integrarme en el Departamento de D. Jesús Arellano. Allí tuve la mejor acogida, especialmente por el mismo Choza y por Juan Arana, y en general por todos, de modo que en pocos años pude ir ascendiendo todos los peldaños de la carrera académica: PNN en 1983, Adjuntía de Antropología en 1984, y por fin la Cátedra de Filosofía (perfil de Filosofía Alemana) en 1986. Ésta se la debí muy especialmente a José Luis López, ya por entonces (y por muchos años después) Decano de la Facultad, que me ofreció la posibilidad de dotar, en cierta forma antes de tiempo, una plaza a la que accedí convirtiéndome en uno de los catedráticos más jóvenes de España. Todavía hoy estoy convencido, que más que méritos, tuve en todo ello más bien suerte y buenos amigos.
Paralelamente pude también disfrutar de ayudas institucionales que me permitieron completar mi formación y ampliar estudios como visitante: en la Universidad de Columbia (Nueva York) en 1985-86; en 1991-92 en las de MIT (Boston) y Northwestern University (Evanston, Ill.); y recientemente en 2005-06 en la Universidad de Oxford.
Han sido enormes privilegios que debo a los contribuyentes españoles, cuya ayuda espero haber aprovechado y se refleje en mi docencia y en la madurez de mi obra filosófica. De este modo, la influencia anglosajona ha sido muy importante en el desarrollo de mis opiniones político-económicas, que tienden al liberalismo cuando no a posiciones radicales —más moderadas últimamente— de raíces anarco-capitalistas.
Mencionar por último a Inma Acosta, alumna mía y colaboradora después de Juan Arana, con la que me casé en 1991. Guapa, lista y a veces con mal genio, pero que me ha hecho muy feliz todos estos años, además de darme tres hijos: Rocío, Eduardo e Ignacio, que, aunque ellos no se lo crean, porque a veces me desesperan y no les dejo todo lo en paz que a ellos les gustaría, han hecho de mi casa el sitio del mundo donde más me gusta estar.
Poco más hay que contar. De mis aficiones, que nunca fui capaz de jugar bien al fútbol ni —fue un trauma juvenil— al balonmano. Pero, hasta que me hice viejo y gordo, disfruté del montañismo, moviéndome cómodo por las paredes hasta el III grado. Enseñé a esquiar a mis hijos. Me gustan los caballos. Las mujeres, sobre todo la mía. El vino fino. Invertir en Bolsa. Algunas óperas. Los boleros. Soy suscriptor de The Economist desde 1982. Y es orgullo de mi curriculum haber sido miembro de la Junta de Gobierno de la Hermandad del Rocío de Triana. También alférez de infantería. Tengo, además, buenos y antiguos amigos: Rafael Alvira, Juan Arana, Jacinto Choza, Javier Tejido, y tantos otros a los que la vida ha ido dejando lejos en el espacio o atrás en el tiempo.
Y más allá de lo personal queda por decir que lo que más me gusta en la vida es, en el fondo, escribir y dar clases de filosofía. He tenido la inmensa suerte de ganarme la vida, espero que dignamente, con algo por lo que igual hubiese podido pagar.
Creo, pues, que esto resume bien esta semblanza: que efectivamente he sido hasta ahora un tío con suerte, que debe mucho a la vida, a tantos que me rodean, y sobre todo a Dios, nuestro Señor.
Y de mi obra filosófica, sólo puedo decir que: ¡ahí queda!
No ha sido importante, al menos no en el sentido de haber tenido especial eco, más allá de alumnos y amigos. Pero puedo decir, que revisando ahora para su publicación en la web estos escritos, desde mi tesis doctoral sobre Tomás de Aquino de 1980, hasta los más recientes trabajos sobre Fichte o Hegel, los asumo todos como propios y actuales, y como momentos que se integran en un esfuerzo discursivo (que no sistema) que me parece tiene una unidad orgánica. No voy a decir que los escribiría igual. Se notan signos de inmadurez, gazapos, y cosas que hoy diría de otra forma. Pero al mismo tiempo hay un hilo conductor, que parte de la filosofía clásico-cristiana —creo que el adjetivo «aristotélico-tomista» tiene un sentido en el que me reconozco—, que se desarrolla en contraste con las grandes obras de Heidegger y Hegel, y que de modo sorprendente para mí mismo ha alcanzado su madurez en las cercanías de Kant, Fichte, y sobre todo de los autores románticos y de la Escuela de Frankfurt; incluso, si se quiere, en las formas reflexivas del pensamiento crítico y revolucionario. Si hay una aseveración que, sin renunciar a mi gusto provocativo, ilustraría lo que pretendo, es que allí donde interpretamos a Aristóteles y Sto. Tomás en las cercanías de Fichte, y, sobre todo, viceversa, aparecen luces filosóficas poderosas y renovadoras. Sonará extraño, bizarro incluso en el peor sentido de la expresión inglesa, pero qué le voy a hacer: es la historia de mi formación; la de un tomista, mediterráneo y católico, trasplantado por circunstancias de su biografía intelectual —haber llegado a saber alemán, que no griego— en los paisajes conceptuales germánicos y protestantes, y que se ha sentido a gusto en esos frescos aires del norte.
De todas formas, no pretendo demostrar nada; sencillamente, más bien, disfrutar con una hermenéutica que puede servir para renovar tradiciones, y que al menos para mí ha sido, y sigue siendo, inmensamente gozosa. En eso no sigo a algunos alemanes, demasiado serios en su pasión sistemática; la filosofía es (como dice, ése sí, el cachondo de Friedrich Schlegel) Witz: algo con lo que, mientras llegamos al Juicio Final, al menos nos vamos divirtiendo."
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- Javier Hernández-Pacheco
December 26, 2020 | Edited by uridiego | Edited without comment. |
December 22, 2020 | Edited by uridiego | Edited without comment. |
December 11, 2020 | Edited by ignaciohpa | Edited without comment. |
December 11, 2020 | Edited by uridiego | Edited without comment. |
April 30, 2008 | Created by an anonymous user | initial import |