Así se podrían deducir todos los fenómenos de un principio general. Se puede
producir calor, energía cinética visible y trabajo por medio de la
transformación de cualquiera de las formas de energía en otra mientras
permanezca constante la cantidad total.
La teoría mecánica del calor ha puesto al lado de ese principio general un
segundo, limitando al primero de una forma poco satisfactoria; nos referimos
a la llamada segunda ley de la teoría mecánica del calor que se enuncia de la
manera siguiente: el trabajo y la energía cinética visible pueden transformarse
mutuamente sin limitación del mismo modo que ambos pueden convertirse en
calor en ninguna condición, pero, por el contrario, la transformación inversa
de calor en trabajo, o bien no puede realizarse, o sólo es posible hacerla en
parte. Aunque el principio expresado de esta manera aparece como un
apéndice incómodo del primero, se convierte mucho más inconveniente en
sus consecuencias. La forma de energía que necesitamos para nuestros
objetivos es siempre la del trabajo o la energía cinética visible. Las
vibraciones térmicas puras se escurren entre nuestras manos, se escapan a
nuestros sentidos, y son para nosotros sinónimos del silencio; por eso se
describe habitualmente la energía calorífica como energía disipada o
degradada, de modo que el segundo principio anuncia un progreso continuo
de la degradación de la energía, hasta que se agoten todas las energías
potenciales que pudieran producir trabajo y todos los movimientos visibles
del mundo.