Existe la creencia de que el escritor nace y no se hace, pero esta aseveración carece de sentido y de veracidad. Se cree, erróneamente, que esa condición está fuera de la voluntad y de la determinación del hombre. Y no se percatan, por lo general, que todos los escritores, con algunas excepciones por supuesto, se han formado a sí mismos. Se podrá tener una vocación innata o talento natural, gran imaginación, facilidad de pensamiento, instinto y emoción del idioma, claridad de ideas para crear y escribir; pero ello no basta, pues se requiere un largo proceso de estudio, de perfeccionamiento y disciplina, para poder expresarse correctamente a través de la palabra escrita. A veces son años de estudio y de lecturas, de apuntes y de notas, de borradores y de correcciones, de intentos fallidos que se repiten una y otra vez hasta lograr el nivel óptimo deseado. Para lograr dicho nivel, hace falta, naturalmente, cubrir una etapa de aprendizaje en su doble aspecto del pensar y del escribir. Como ha dicho Martín Alonso en su libro Ciencia del lenguaje y arte del estilo: "El aprendizaje tiene por objeto establecer en el espíritu un cuadro de conocimientos elementales y llevar al redactor insensiblemente al instinto de pensar bien, que es el comienzo de toda obra literaria. En este cuadro, vendrán luego a colocarse en su sitio los hechos aprendidos en la experiencia y los descubrimientos personales". Este aprendizaje se realiza con abundantes lecturas y, naturalmente, ejercitando la escritura, transcribiendo en el papel nuestras ideas, preceptos, sentimientos y vivencias.