Poeta del 60 que más ha pesado sobre las generaciones siguientes —según valoración de Hernán Rodríguez Castelo—, la producción de Euler Granda ha pasado a constituirse en uno de esos obligados modelos estilísticos a los que se han remitido varios de los discursos liricos que tuvieron su gestación durante las dos últimas décadas, los que —pretendiendo superar el prolongado momento nerudiano por el que atravesaba la producción 'social'— optaron por una lexicalidad de raigambre más bien localista, supuestamente mas conectada a nuestras urgencias expresivas y al espacio histórico que nos asignara la realidad latinoamericana de acuerdo a los desplazamientos que ella protagoniza. Representante coyuntural de la llamada pasta testimonial, el influjo suscitador de la poética de Granda halla su explicación no solo en esa insólita y lúcida abruptez con la que asume el habla cotidiana del ecuatoriano media, sino también por esa concreta habilidad que demuestra para fusionar, dentro de la intimidad indivisible del 'soliloquio lirico", sus contradicciones particulares con la conflictividad general en la que se agotan —para volver a restituirse— las posibilidades históricas de un sujeto colectivo aprisionado entre la real, dad de lo que es y la zozobra de lo que solo se presiente en la imprevisibilidad del futuro. Rebeldía y estética son los dos términos que hábilmente fusionados, se constituyen en la fórmula clave de su habla particular, fórmula que otorga a su producción el efecto constante de una alta sensorialidad, libre y a la vez controlada, ante cuya irradiante seducción, son varios los lector y autores que han terminado por declararse totalmente seducidos.