An edition of El tercer patio (2007)

El tercer patio

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December 27, 2022 | History
An edition of El tercer patio (2007)

El tercer patio

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Six short stories of Guatemala by the prestigious, prize-winning national author (Antigua, 1956). The "tercer patio" refers to a figurative place where dissident survivors of the 1954 coup cautiously hid their beliefs and feelings about political events.

Publish Date
Publisher
Alfaguara
Language
Spanish
Pages
99

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Edition Availability
Cover of: El tercer patio
El tercer patio
2007, Alfaguara
in Spanish

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Book Details


Edition Notes

Los cuentos de Méndez Vides



Se debe a Baltasar Gracián, un clásico de nuestra lengua, el célebre adagio según el cual, lo breve, si bueno, dos veces bueno. Pero qué difícil es hallar la excelencia en la brevedad, sobre todo cuando se trata de narrativa breve, uno de los géneros literarios más difíciles de practicar, debido entre otras razones a que la intensidad del relato domina por lo general su extensión. Yo al menos lo tengo por uno de los géneros más ariscos, por lo que cuesta dominarlo y someterlo.
Un cuento es lo más cercano a un poema, por la redondez de lo que relata, por la pulcritud de cómo lo dice y por la sorpresa o emotividad de su desenlace. Cada maestrillo tiene su librillo y cada narrador su método, pero estas reglas de la narrativa breve son a mi modo de ver universales. Lo aprendí leyendo a los grandes maestros del género, como Chejov, Guy de Maupassant, O'Henry, Horacio Quiroga, Borges, Cortázar o Tito Monterroso, maestro de la brevedad y autor de historias de hojaldre para ser injeridas de un bocado.
La mayoría de quienes nacimos con la vocación de escribir, no obstante, empezamos practicando este género creyendo que es el más sencillo de todos, cuando en realidad es mucho más complicado de lo que parece. De ahí que dar con un narrador como Adolfo Méndez Vides sea tan raro como dar con un buen poeta. Hace algún tiempo, Adolfo me dio a leer esta colección de cuentos titulada El tercer patio. Y debo decir que en ellos encontré aunados el arte, las técnicas y el buen gusto de los grandes maestros. Como decía, cada autor tiene sus caulas, su singularidad y sus secretos. Pero en el caso de Adolfo, además de sus riquísimos conocimientos sobre literatura, posee una rara virtud que llamó mi atención desde el primer relato. Y es esa difícil sencillez y esa envidiable elegancia que le da a su narrativa. Uno quisiera escribir así. Uno desearía contar historias como él las cuenta, con esa fluidez de manantial y esa desenvoltura que es fruto tanto de los dones que posee como de su constante brega con la prosa.

A diferencia de los viejos patios de Guatemala, donde, como nos recordaba María Elena Schlesinger días atrás, estaba la pila de lavar, las habitaciones del servicio, el cuarto de la leña, la cocina, y también el trastero, ese lugar donde se guardan las cosas inútiles o que sobran, a este tercer patio de Adolfo, a esta prosa labrada y pulida como si fuera un poema, no le sobra nada. Ni adjetivos innecesarios ni desvíos ni circunloquios. Ni esa afición tan barroca a poner aquí y allá frases subordinadas que se adhieren unas a otras como clips y que sólo sirven para oscurecer el texto. Ni esos alardes a los que muchos autores son proclives y que consisten en exhibir sus habilidades literarias cuando describen un río o hacen el retrato del tío Luis.
Adolfo va siempre al grano, sin perderse en filigranas ni abalorios. Sabe que el relato breve no permite esos derroches. Que no puede extenderse en el planteamiento del cuento, so pena de que le salga cabezón. Que no debe explayarse en el nudo, si no quiere que el relato le salga con barriga. O que si alarga demasiado el desenlace, lo más seguro es que el cuento termine con un trasero descomunal. El equilibrio, junto con la brevedad y la esbeltez, son los rasgos clave del género. Y en este sentido, los seis relatos con que hoy Adolfo nos agasaja son ciertamente ejemplares.
Aunque no estoy muy seguro de si, en vez de relatos, debería llamarlos memorias, pues desde el primero de ellos, uno se siente transportado a un tiempo de infancia y adolescencia que el autor pareciera evocar a través de una serie de estampas o acuarelas trazadas con el pincel candoroso, pero tremendamente realista, de un niño.
Yo al menos veo así estos relatos. A los niños de mi generación nos solían regalar una cajita metálica en cuyo interior había una docena de pastillas de colores del tamaño de un chicle, uno o dos pinceles y un pocillo de porcelana. Y con este sencillo instrumental, empezamos a pintar el arco iris y a iniciarnos en el arte de reproducir sobre el papel el mundo que veíamos. Pues bien, El tercer patio se me antoja un poco eso, la colección de acuarelas de un tiempo en el que Adolfo transitaba desde la más absoluta inocencia al doloroso descubrimiento de la maldad, la perversión y la injusticia. Viejas estampas de unos días que no volveremos a ver y que, justamente por eso, es preciso conservar. Textos duros, si bien suavizados por la mirada, entre estupefacta e ingenua, de un niño que aún no podía entender el planeta donde acababa de aterrizar.

De todas estos relatos, mi predilección se inclina por el titulado El perro hombre que Adolfo dedica a Tito Monterroso y Bárbara Jacobs, la esposa de Tito. Hay varios motivos para ello. Uno es la originalidad. Quizás porque estamos acostumbrados a pensar que la relación entre un niño y un perro es siempre idílica, pocas veces vez le es dado a uno escuchar la relación no siempre afable entre un perro y un niño, relación que, en mi caso particular, siempre ha sido hostil, inamistosa, peleona, muy parecida, en fin, a la que Adolfo reseña en su cuento, quizá porque los niños de mi generación no crecimos al lado de perritos hogareños y buenones, sino rodeados de chuchos vagabundos en los cuales no podía uno confiar.
La segunda razón es la fábula que se oculta tras el relato, pero que el título (El perro hombre) ya anticipa. La fábula ha sido siempre una crítica soterrada en la brevedad de la anécdota, desde La Fontaine a Samaniego, pasando por Augusto Monterroso, el más ilustre fabulista de nuestros días.
El perro hombre de Adolfo me hizo recordar, además, una anécdota que viví en Madrid hace unos años, con ocasión de la serie de homenajes que la comunidad literaria española rendía a Augusto Monterroso. El acto al que yo asistí, en concreto, resultaría para mí inolvidable. Varios escritores habían pronunciado discursos en honor de Monterroso y uno de ellos, Miguel Ullán, un poeta de espíritu burlón, había tenido varias ocurrencias que encantaron al público. En un momento dado, a Ullán se le ocurrió preguntar: ˝¿Se acuerdan ustedes de la fábula titulada El perro que deseaba ser un ser humano?˝.
El público, por supuesto, no se acordaba de esa fábula de Tito, pero sí alcanzó a columbrar, por entre las cortinas del escenario, la cabeza de un bellísimo samoyedo. La sorpresa dejó boquiabierto incluso a Monterroso, en tanto el perro, altivo, elegante, engreído, exhibiendo con donaire su precioso abrigo polar, cruzaba el escenario conducido por una joven y se quedaba mirando descaradamente al público. Por unos momentos, audiencia y chucho se observaron con curiosidad y suspicacia. Luego, la joven sacó una armónica y se puso a tocar El Danubio Azul. El samoyedo se sentó sobre sus ancas y alzó la nariz. Su abrigo de piel se estremeció. Y, sin aviso ni preámbulo alguno, comenzó a desgranar un rosario de melancólicos aullidos, mientras escuchaba el famoso vals de Strauss.
El público, desconcertado, no sabía si aplaudir o reír. La extravagancia del presentador, sin embargo, nos había acercado al profundo mensaje de las fábulas de Monterroso. Sobre todo la del perro que deseaba ser hombre y cuya moraleja, a la vista del doliente samoyedo, era muy clara. El hombre es un querer ser sin llegar nunca a ser lo que desea, un envanecido animalito que cree cantar como los ángeles, pero que únicamente aúlla sin dar una nota a derechas.

El perro-hombre de Méndez Vides es bastante menos metafísico que el de Monterroso. Y desde luego, menos burgués e ilustrado. No lleva abrigo de pieles ni se extasía con la música de Strauss ni aúlla como el samoyedo. Llanero, pues tal es su nombre, es un pobre chucho de la calle que Adolfo describe así:

…de color blanco sucio con algunas manchas negras, desperdigadas sin concierto, cola escurridiza [miren qué belleza de adjetivo], una oreja alzada y la otra gacha, pulguiento, y acostumbrado por la genética a salir a la calle y caminar junto a su dueño hasta perderse en los cafetales, por los caminos sinuosos que recorren las faldas del Volcán de Agua...

Llanero es huérfano y distante, desconfiado, mañoso y amigo de cantinas y borrachos. El lumpen de la perritud, diría yo, el más bajo escalón del perrerío, pero, al cabo, un chucho con cierta dignidad, acaso porque prefiere ser un perro libre en lugar de un hombre siervo.
Quién sabe qué tenía Adolfo en mente cuando escribió este relato, pero puedo asegurar que deja el corazón estremecido y que, bajo su aspecto de fábula, metáfora, o quizá deba decir desgarradura, expresa de modo admirable lo que el autor nos anticipa en el prólogo y que, en buena medida, desvela el alma de muchos guatemaltecos de hoy:

Quienes nacimos entonces, aprendimos a vivir cautelosos, escondiendo nuestros secretos y creencias… nos enseñaros a sentir vergüenza, a no contar nada a nadie, reprimiendo la confianza y acomodados al curso de la vida que no se detiene nunca.

Algo parecido le ocurre al pobre Llanero quien también vivió un tiempo en el que tantos hombres y mujeres encarnaron a esa Guatemala desconfiada y contenida que aún puede verse por ahí.

Adolfo Méndez Vides es un apasionado defensor de esta literatura. Le he oído abogar por ella y he leído sus opiniones al respecto. Adolfo quiere una narrativa más entroncada con la realidad del país y nuestros días, una literatura más testimonial, con mordiente y compromiso. Insiste en que hay que leer a los autores nacionales, tanto clásicos como contemporáneos, a fin de encontrar en ellos identidad y conciencia. Y fiel a esa convicción nos ofrece estos relatos como una elocuente muestra de esa búsqueda.
Hay muchas Guatemalas, excuso decir. Pero la de Adolfo es la de los desamparados y los tristes, la de las mujeres humilladas y oprimidas, la de los tramposos y los desalmados, la de los abusos y las injusticias. Y esta temática podrá o no gustar a muchos, mas no por ello deja de ser una realidad tan grande como la copa de un pino y pieza bien importante del complejo mosaico en que nos ha tocado vivir.
La de Adolfo es una Guatemala que ha cambiado muy poco desde los días de Arbenz, época en que nuestro autor fija sobre poco más o menos el tiempo de estos relatos, cuando los hombres usaban ternos con botones dorados, anchas solapas, camisa enyuquillada, y cuando el antigüeño templo de la Compañía de Jesús era todavía un mercado. De las páginas de El tercer patio emerge un dolor oculto que anida en todo guatemalteco sensible, una pena que no parece tener alivio, una honda pesadumbre que Adolfo ha sabido transformar en arte de muchos quilates merced a su envidiable pericia narrativa.
La literatura sirve para muchas cosas: entretener, hacernos soñar o transportarnos a una realidad paralela que desearíamos conocer o acaso vernos en ella. Pero la literatura también sirve para mostrar los viciosos y detestables brotes de eso que Irwin Berlin, con tanto acierto, ha llamado el fuste torcido de la humanidad. Y éste es a mi juicio el espíritu que empapa los relatos de El tercer patio, como sería el caso del indio infeliz a quien un abogado le despoja de su tierra, en el relato titulado La casa de los ángeles, o el saqueo de la casa de la abuela muerta, en La mudanza.
Son hechos que están ahí, que no extrañan a ninguno y que, no obstante, se repiten porque no somos capaces de enderezar ese fuste torcido de lo humano, o porque procuramos esconder, para que nadie los vea, en ese lugar de la casa donde está todo lo que nos sonroja, lo sucio, lo inconfesable, lo que violenta nuestra conciencia, ese coto de miserias e ignominias que hemos dado en llamar el tercer patio.


Empecé citando a un clásico de nuestra lengua y quisiera terminar con otro: fray Luis de León. En un libro extraordinario, titulado Los nombres de Cristo, donde su prosa brilla como pocas veces ha brillado en nuestro idioma, fray Luis de León escribió que las buenas obras literarias no surgen por casualidad y que todo autor, antes de escribir, selecciona y ordena con sumo cuidado lo que va a escribir, pues,

…el bien hablar [el bien escribir] es negocio de particular juicio, así en lo que se dice como en la manera cómo se dice, y negocio de quien, de las palabras que todos hablan, elige las que conviene, y mira el sonido de ellas, y aun cuenta a veces las letras, y las pesa, y las mide, y las compone.

Aislar la música y la belleza escondidas en el lenguaje que usamos cada día constituye, en efecto, una pieza esencial de este arte. Pero no es menos verdad que en todo escritor hay una inteligencia que escribe y otra inteligencia que inventa. Y en Adolfo se dan las dos en abundancia, como lo prueba este precioso libro que hoy nos ofrece. Y es que no se trata sólo de escribir historias que atraigan al lector, sino de escribirlas bien, de dar a cada palabra el peso específico que le corresponde, como sugería fray Luis, de crear una prosa vivaz, pero a la vez maciza, despojada de frivolidades y guirnaldas, capaz de anclar al lector en el asiento y de fascinarlo como lo haría un encantador de serpientes. Y Adolfo es uno de estos hechiceros. Estamos ante un escritor de raza, un maestro del fondo y de la forma, uno de esos raros casos que no sólo reafirman el clásico adagio según el cual, lo bueno, si breve, dos veces bueno, sino su natural corolario, es decir, lo breve, si bueno, ¡qué pena que sea tan breve!

Francisco Pérez de Antón
Guatemala, 2 de agosto de 2007

Published in
[Guatemala]
Series
Serie Roja. Contemporáneos

Classifications

Library of Congress
MLCS 2008/42374 (P), PQ7499.3.H35 E78 2003, PQ7499.2.M434 T47 2007

The Physical Object

Pagination
99 p. ;
Number of pages
99

ID Numbers

Open Library
OL16783364M
ISBN 13
9789992278819
LCCN
2008391082, 2003540061
OCLC/WorldCat
213811400

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