Capítulo segundo
Plantaciones de oráculos domésticos

1. Introducción

En esta parte profundizo en la naturaleza de Samantha, específicamente a qué me refiero cuando sostengo que es una cosa especial, un oráculo portátil y doméstico. Así, entre otros asuntos, habrá que ver cómo el sistema operativo Samantha alienta cada una de las funciones que he descrito, apuntalando a Theodore en su condición de escriba de cartas, usuario acorazado en su privacidad, consumidor satisfecho con su insatisfacción y turista domesticador de cualquier paisaje.
Creo que de la primera parte puede colegirse que el personaje de Theodore está preso del “mito del homúnculo” o creencia de que podemos lograr no ya un ser tan inteligente como nosotros, sino —el más craso error— alguien con quien dialogaremos en igualdad (Lem, 2013: 105). Si acaso, los sistemas operativos serían “serículos”, en tanto “algo vivo cuyas manifestaciones más o menos intermitentes conservan una cierta identidad” (Chion, 1999: 336). De este modo, sin cuestionar la naturaleza totalmente distinta del OS1 —por ejemplo, Samantha es incapaz de estar en silencio sin desaparecer— nuestro protagonista la trata tácitamente como protohumana, como si pudiese normalizarla mediante el diálogo o, si acaso, la educación, como efectivamente el sistema operativo le hace creer con una calculada ingenuidad. Sin embargo, es tan complicado conocer nuestro propio cerebro por introspección —“conociendo sus algoritmos” (Lem, 2013: 113), si bien la idea de algoritmo ha adquirido un tinte “siniestro”, aun siendo únicamente un “conjunto definido de instrucciones” (Passig, 2018)—, como lo es conocer a Samantha hablando con ella.