Aquella tarde Telmo llegó a casa con el rostro desencajado.
Al entrar procuró cambiar algo el semblante para no alar-
mar demasiado a su mujer.
–Hola Silvia.
–Hola cariño, ¿Qué tal el día? –preguntó Silvia, casualmente,
sin mirarle, desde la cocina.
–Pues mal.
–Bueno, como siempre... ¿no? –preguntó Silvia, acostumbra-
da a que los días en la oficina de su marido siempre fueran
malos.
–Esta vez peor –dijo Telmo, entrando en la cocina.
–¿Cómo que peor? ¿Ha pasado algo?
Telmo pensó decirle directamente que le iban a despedir,
pero endulzó algo la respuesta:
–Bueno, no sé... Vicente me ha dicho algo que... la verdad
no sé en qué acabará esto.
Silvia se quitó el delantal, agarró a Telmo de la mano y se lo
llevó al salón.
–A ver, cuéntame qué ha pasado.
–Pues nada, es por el tema de los presupuestos –dijo Telmo,
mirando al suelo.
Silvia se quedó mirándole. Esperaba que siguiera. Telmo no
acostumbraba a contarle detalles de su trabajo y no enten-
día qué podía pasar con esos presupuestos.
Telmo comprendió su silencio y comenzó a contar la histo-
ria desde el principio.