Chaplin fue algo más que un cómico genial, es el paradigma de una manera libre y desprejuiciada de entender la vida, de vernos a nosotros mismos y a los demás con la alegre naturalidad del ser, dejando para después la carga pesada del deber ser.

Pero el cine de Chaplin no es meramente un pasatiempo ni una manera de fugarse de la realidad, es una propuesta de gran categoría ética y estética, por lo que produce en el espectador una conmoción, un movimiento de sus fibras sentimentales que necesariamente le deja una huella en el trasfondo de la conciencia, porque nadie puede permanecer ajeno a las peripecias de Charlie, el esquemático vagabundo que parece salido de un sueño íntimo y personal.

Charlie es en esencia un ser libre, aunque se encuentre de manera circunstancial atado por la pobreza; el vagabundo nunca pierde la dignidad, lo que es más una actitud histriónica frente a la vida, es la manifestación espontánea de su carácter rebelde y esencialmente altivo. Al asumir esta actitud, Charlie refleja el sentimiento de millones de personas en el mundo que oponen su dignidad y su capacidad de reír ante los embates de la horrenda seriedad que les comprime el alma.

El humorismo de Chaplin no depende de la agudeza de los diálogos sino que se apoya en actitudes y gestos, por lo que la propuesta es más que una forma de comunicación, es auténtica empatía, pues el mensaje parte del corazón del personaje y se recibe en el corazón del espectador, entusiasmado por la risa y caldeado por fuertes ráfagas de ternura.